martes, 8 de noviembre de 2011

No quiero recorrer sola el camino de baldosas amarillas


De pequeña me daba pánico la Bruja del Oeste y sus monos voladores. Aunque haya pasado muchos años desde que bailaba y cantaba con el Mago de Oz, me sigue fascinando, me sigue moviendo las tripillas.
Ahora ya no canto ni bailo delante de la pantalla (ejem), ahora ese cuento tiene otra lectura (como todo buen cuento ¿verdad?).
Ahora que soy “mayor”, la Bruja ya no es objeto de mis terrores, pero sí sus motivaciones, su falta de escrúpulos. En ese serpenteante camino de baldosas amarillas el miedo ya no es lo que le puedan hacer a Dorothy, la angustia es saber si Dorothy contará con ayuda para poder superar las trampas de la malvada Bruja del Oeste y llegar finalmente a Oz. Porque la Bruja estará preparada, al acecho, y si no es ella, será otra Bruja con afán de poder (¿de qué sirvió matar a la Bruja del Este?). Todo es cuestión de tiempo.
Con los protagonistas siempre nos identificamos (para eso los crean) y yo me veo con ese vestidito azul, mi cestita de mimbre y mis chapines de rubí. Y es que para llegar a Oz necesito ayuda, y toda ayuda será buena, ¡qué más que sea de una bellísima Hada, de un espantapájaros, un hombre de hojalata, un león o un perrito!
Lo bueno de esta historia, es que todos ayudan, y todos son ayudados. Cada uno tiene una necesidad, un deseo o una meta. Y juntos, siempre juntos, consiguen sus sueños.

Ahora bien, si vemos el camino de baldosas amarillas como nuestro día a día, vemos a la Bruja del Oeste como esta puñetera crisis, conflicto personal o cualquier otro inconveniente, y vemos a un espantapájaros, un hombre de hojalata y un león  como compañeros de viaje, podremos asegurar nuestro éxito. La familia y los amigos serán nuestro motor, pero recordar lo valioso de aquellas personas que encontramos en el camino. No creo que sea inteligente cerrar las puertas a nadie.
Yo de camino a Oz me estoy encontrando a muy buenos compañeros de viaje, que arriman su hombro, me dan ánimos y me hacen reír.

De verdad, no quiero recorrer sola el camino de baldosas amarillas y tampoco quiero que lo hagáis vosotros.

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