martes, 3 de mayo de 2011

Mentiras.

Hoy tengo un sabor amargo en la garganta.
Presenciar la mentira, la indefensión, la vulnerabilidad no deja buen sabor.
Las campañas de sensibilización contra el maltrato doméstico no dejan más que una actitud pública que debemos seguir. Ahora bien, enfrentarse al día a día, a los dimes y diretes, a las miradas de soslayo, a la realidad, ya es otra cosa.
Desde las instituciones públicas, que quiero pensar que es por saturación y no por insensibilidad del funcionario que atiende a la víctima en su despacho,  hasta el vecino que incrédulo tiene que dar respuesta fácil para su propia comodidad mental.
En cambio, el que vive día a día la pesadilla con la víctima, los amigos verdaderos, los cuerpos policiales, el personal sanitario no tienen una postura pública, tienen la postura que su día a día les hace tener: el apoyo, el asesoramiento, el cariño y los ánimos.
El resto, todo mentira. ¿Hasta cuándo?
Porque si abrimos bien los ojos, veremos que alrededor hay personas que sufren, que no te pedirán ayuda, pero que la recibirán con una sonrisa en sus ojos cansados. Qué no cuesta nada dar un poco de ti, de tu tiempo, que vivir en sociedad significa no estar solos… que no es justo que nadie lo esté.
Y es que todos juntos podemos hacer que las cosas cambien, hacer que nuestro mundo sea algo más justo que heredaran nuestros hijos y nietos.
No es hablar de utopías, es hablar de lo que tendría que ser y no es, de hacer de la mentira una realidad… ¿Es tan difícil?