No invites a Samuel Beckett a tu fiesta de cumpleaños... Eso me decía cada vez que las cosas se torcían.
Y no había mucho más que decir hasta que llegaste, con tu sonrisa discretamente torcida, ojos heridos de ambición y tu maleta repleta de adulaciones. Pero querer ahuyentar los demonios no los exorciza. Aprender el ritual costó algún tiempo, pero te fuiste, te expulsé.
Y ahora puedo hablar con Beckett y sus amigos, así sin más, hasta la hora que yo quiera, dónde y cómo yo quiera.
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